Camino de regreso


Prólogo.

Frente al espejo acariciado por olas cristalinas,

las huellas de mil pisadas

dejaban paso a otras huellas que el agua pisoteaba.

Fresca brisa del aire que al pasar balancea su pelo sobre el mar.

Fresca arena en la playa que al caer humedece mi cuerpo sin querer.

Tintineo de palabras, que al oscurecer,

adivino entre sonrisas que son de los tres.

A la vuelta, detalles.

Sobre los hilos del agua brillan luces de la tierra.

Reflejos que son instantes, las puntas afiladas de cada segundo

que pasan ante mis ojos como rayos de luz cautivos.

Sobre rizos de la tierra caminan brillos de agua,

y en sus destellos revelo las claves de mis palabras.

Detalle número uno.

A través de estos dulces cristales descubro el seco sabor de un cauce.

Pasan y pasan las casas; se alejan.

La edad roída en la piedra, levanta un triste amargor de arena.

Fondo de casas dormidas en pleno sol.

Quienes tras los cristales miran, reflejos y sombras son.

Tras fondos de casas dormidas,

viven cautivos afanes incontenidos de calcinado sabor,

sienten intensos deseos dormidos de esperar una razón.

Miro de nuevo estos dulces cristales que me enseñan,

transparentes, el sabor seco, apagado,

de mermados y lejanos caudales.

Detalle número dos.

Los rectos surcos marcados bajo alineados árboles,

asoman entre las hojas, que caídas,

ocultan unas a otras su obligada desnudez.

Angustias azucaradas; amanecer del otoño

entre campos luminosos; imprevisto mar de vientos.

Eternos surcos, marcados bajo espigados troncos

que mueren, alineados, una vez más.

Viejos surcos renovados, que asoman entre las hojas caídas,

que ocultan dulces gotas rescatadas

de este brusco atardecer ruidoso.

Junto a las hojas, las piedras y el cariñoso fluir del agua.

Gris silencio de amilanados bustos, que me escoltan

por el húmedo sendero marcado hacia una línea que no acabo.